domingo, 7 de junio de 2020

Nos íbamos a comer el mundo

Enciendo el ordenador más o menos a la hora que hace un año se apagaba (sobre las 14:00-14:30 horas de ese viernes en ese sitio que tanto contraste daba simplemente con cruzar la calle), cuando creía que era el momento en que todo se tenía que volver a encender, esa era la sensación. Alguna despedida inconclusa seguro que me quedó, quizás me sigue quedando, pero son de todas esas cosas que nunca se llegaron a conseguir, salir de la oscuridad era lo que tenía, ese agotamiento por y para todo no daba más de sí, era la mejor opción, así lo creíamos ingeniero.

Esas ganas, esa ilusión, la motivación, ese todo para todo. Por una vez estábamos de acuerdo, era el momento, era nuestro momento. ¿Qué podía fallar?, nada. Después de tanto tiempo siendo únicamente el ingeniero el mejor, como siempre lo fue, lo habíamos conseguido. Tener un objetivo y una decisión común.

La simbología del cambio, crecer, ser el momento adecuado para todo, joder, estábamos de acuerdo. Y eso es muy raro, siempre cada uno hemos ido a nuestra bola, tratando de no meternos el uno en la vida del otro, teniéndolas separadas. Reputaciones casi intactas, casi siempre tu siempre ganabas, pero no pasaba nada, a mi me quedaban esos ratos, esos pocos días, las océanos que provocaba en tu vida, pero que siempre contrarrestabas, por que más que yo insistiera y me implicara con todas mis fuerzas en ponértelo difícil, en no dormir, en tener resaca, portarme mal; tu después, te adueñabas y lo sacabas adelante. Al final, casi hasta de una forma tan enfermiza que te metías en mi cuerpo y lo machacabas.

En esos seis meses poco a poco fuiste adueñándote de todo y con ese tiempo, también te diste cuenta que no podíamos seguir así que no era lo recomendable, y por ahí fue esa decisión, con lo egoísta que siempre te llamo, pero lo hiciste por mi.

Nos pusimos de acuerdo, era lo mejor. 

Que manera de recuperar la ilusión, de volver a creer que los dos juntos, ya éramos uno, y que ese uno era imparable. Que por una vez se iban a juntar el mejor momento con el momento adecuado. Nada podía fallar, absolutamente nada podía pararnos.

Apagabas el ordenador, un rato antes de lo adecuado, medías las palabras y hacías el viaje de la libertad, del nuevo mundo, en ese en el que todo iba a funcionar, en ese en que todo iba a ir bien. Ese momento perfecto que estaba por llegar, nada podría fallar, ¿qué podía fallar?, todo.

Y quería volver a jugar, y me lo decían, y se notaba, el reflote, la vuelta a lo que nunca debió de irse, un tiempo, una época en la que las consecuencias iban a ser buenas, en que todos los esfuerzos iban a tener su recompensa, y lo peor y mejor de todo, es que nos vimos con las fuerzas y las opciones suficientes para poder conseguirlo, para que de una vez por todas, todo se alineara y funcionara.

Era nuestro momento, estábamos de acuerdo.

Y ahora, lo mejor va a ser volver a apagar el ordenador, no hay despedidas pendientes, no hay nada pendiente que se pueda conseguir, no hay nada. Mi mala vida sigue presente, cada vez más acusada y menos divertida,  y a ti ingeniero, la mediocridad te ha hecho dejar de ser el mejor, y te ha quitado las ganas de intentarlo, no sabes como, pero has perdido, y eso es tan nuevo para ti que yo no sé solucionarlo, nos hemos vuelto a separar y en vez de arreglar el uno las del otro, nuestras consecuencias, nos consumen.

Es la época del todo pasará, del vamos a salir de esta, del todo irá mejor, de las buenas noticias, dejemos el párrafo en blanco.

Recordemos, que estábamos apagando el ordenador, esa ilusión, esas ganas esta motivación, ese mejor momento y el más adecuado, ese todo para todo, ese ya nada importa, todo lo que íbamos a ganar y conseguir, estas son esas palabras, no se si necesarias, estábamos de acuerdo en comernos el mundo. La hostia ha sido pequeña