jueves, 5 de julio de 2012

El banco del parque


Os voy a contar un cuento

Llegan unos abuelos, entrañables ellos, al parque y ¿dónde van?, directos a su banco, ese donde miran la vida del parque, comentan sus experiencias y pasan el tiempo, ese que ya se les acumula. Sentados, en ese banco que siempre ha estado ahí.

Cuando acaba su turno, la mañana comienza a terminarse, toman su lugar personas algo más jóvenes. Madres que vigilan el jugar de sus hijos, desde la lejanía o la cercanía, atendiéndoles a ellos o como simple paripé para hablar con sus amigas, contarles sus hazañas y sentirse mejor que ellas.
Pero ahí están, en el banco del parque, observando o lo que ellas quieran.

De vez en cuando se acercan los niños, piden su bocata, reciben alguna regañina, quizás tienen que esperar un rato para escuchar lo buenos que son y lo bien que hacen las cosas respecto al resto mientras ven como sus madres levitan sobre el suelo.

En ocasiones, también se sientan ellos a descansar, a reposar del juego. Puede que, en otras ocasiones, lo utilicen como portería para sus partidos de fútbol, obstáculo para sus carreras de chapa o simple lugar donde dejar los trastos.

Y con ese trajín está el banco toda la tarde, sin inmutarse, sin quejarse. Impasible, en su sitio.

Cuando la tarde comienza a anochecer, el ambiente comienza a cambiar. La furtividad y la pasión se juntan a partes iguales sobre el parque.

Los amores prohibidos, las situaciones de alta tensión y mucho calentón son ahora los que se posan encima del banco.

Él, impasible, se mantiene en su sitio. No da consejos, no toma nota, no se queja, no pregunta, no va a decir nada. El placer está sobre él, pero no son sus sentimientos los que importan en este momento. Simplemente, sigue en su sitio.

Cuando el amor se acaba, porque el amor también se acaba, la intemperie de la noche toma su lugar.

Soledad.

De vez en cuando le interrumpen al banco con su habitual amada las personas solitarias.

Unas sólo llegan, se sientan y se van. Algunas de casa en la maleta lo consideran adecuado para apostar su huesos sobre él y descansar cuerpo, mente y vida.

Otras veces, en el pasar de las horas nocturnas, sobre todo en días señalados, la juventud, la chavalada se junta alrededor de él. El resto son hielos, risas, en ocasiones gritos, otras quizás llantos, líquidos espirituosos y normalmente pies en asiento y asiento sobre las espaldas.

Escombros que quedan encima y alguien, quizá sólo el tiempo, se dedicará a recoger y limpiar.

En ocasiones, cuando el Sol comienza a decirle a su amada la Luna que se vaya a dormir, que ya se encarga él de la luz de los días.

En esa hora, la de los desgraciados o las buenas personas, quizá alguno de esos rezagados de la noche, los que vuelven sin compañía, quizás busquen un poco de sol y abrigo antes de llegar al calor del hogar.

Y también él estará allí, impasible en su sitio.

Un día, el banco estará destrozado de tanto uso y habrá que cambiarlo y ese día, todo aquel y aquella que se acercó a utilizar ese banco, en ese parque, sea cual sea la circunstancia y la intención, se irá a otro y no sentirá ningún remordimiento. No existirá la nostalgia.

Sólo hará falta otro sitio donde hablar, criticar, dejar los trastos, follar, dormir, emborracharse o pasar la borrachera.

Nadie se acordará.

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