Os voy a contar
un cuento
Llega nuestro
niño a casa de un amigo. Le han regalado por su cumpleaños uno de esos
grandiosos castillos de Lego.
Primero vamos a
describir la caja.
Grande, enorme,
sólo las piezas ocupan mucho, debe ser algo increíble el resultado.
También vienen
los planos por un lado y, por el otro, las instrucciones.
Dentro de la
caja, muchas bolsas de piezas, excesivas se podría decir, cuánta bolsa de
plástico desaprovechada.
Nadie entiende
por qué tienen que perder tanto tiempo abriendo las bolsas y juntando las
piezas.
Con lo sencillo
que sería una sola bolsa, abrirla y ponerse a montarlo.
Una vez perdido
tanto tiempo, con todas las piezas juntas y revueltas en el suelo, van a por el
plano.
Extrañamente está
separado en varios libritos y en cada uno se consigue un módulo pequeño, que al
final del último de todos los libros, se junta cada módulo para poder hacer el
castillo.
Ésta es la
situación: todas las piezas en el suelo, mucho tiempo perdido en la tarde para
abrir las bolsas y juntar las piezas, ya no queda tanta tarde para que vayan
viniendo las madres a recoger a sus hijos.
No van a terminar
de construir el castillo, comienzan los nervios, los gritos y las disputas por
las piezas iguales…. No va a dar tiempo.
Un castillo tan
grande, un gran objetivo.
Quizá se les
podría haber ocurrido que las bolsas tenían un sentido, que no era para perder
el tiempo.
Quizá si hubieran
pensado….
Uno de ellos coge
el otro libro, ese que alguna persona hizo con algún motivo, pero que es tan
despreciado.
Coge las
instrucciones y lee:
“En cada bolsa
están las piezas para los diferentes módulos del castillo por separado”
Un gran objetivo
requiere de pequeños pasos, de un esfuerzo diario, de empezar por los cimientos
e ir avanzando.
De si hay
instrucciones, dejar la inspiración para otro momento.
A lo mejor
nuestro niño debería aprender eso, le iría muy bien, conseguiría muchas más
cosas… pero…. pero…
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