martes, 17 de abril de 2012

Rabia, engaños y confianza


Os voy a contar un cuento.

Bola arriba, le llega perfectamente a la mano izquierda, bajando suavemente para juntarse con la otra mano. Sujeción fuerte, dos manos, un balón, unión perfecta; a la espalda el defensa.

Apoyo fuerte contra ese brazo que aprieta cada vez más los riñones, no hay dolor, sólo es un paso previo, una maniobra de distracción, que le sienta cerca, que luego no le va a encontrar.

Ahora es cuando comienza el baile. La sincronía perfecta. El hombro derecho junto a la espalda y la cadera dicen, vamos hacia dentro. Lado fuerte del atacante, lado débil del defensa. Jugada de libro, todos la esperan, saben lo que va a pasar.

Bueno, a lo mejor no todos han tomado la misma decisión. Mientras el hombro, la espalda, la cadera y el resto de miradas, incluida la de su defensor, han decidido un lado, su mano izquierda, la que en todo momento está pegada a la pelota, la única importante en todo esto, aquella que sus movimientos han conseguido que el resto olviden, bota hacia fuera, un giro rápido, línea de fondo, pista libre, ahí está el aro.

Queda un tiro fácil, van 2 abajo, está el partido empatado. Mientras la jugada se desarrolla, antes de que la pelota caiga en la cesta, roce con esa suavidad la red y penetre en un acto de amor, dos personas sonríen (nuestro niño y su entrenador), muchos se sorprenden y otro enrabietado se acerca con malas intenciones.

La jugada ha salido perfecta, instantes antes, el entrenador ha pedido tiempo muerto, no ha hablado de jugadas, sólo ha pedido confianza, ha dicho que se podía hacer, que se iba a hacer. Y cuando se está terminando ese tiempo, se ha dirigido a nuestro niño:

“¿Sabes lo que hay que hacer?”.

“Si”.

Volvemos a ese momento en el que la bola está en el aire. Las palabras no han sido necesarias, todos sabían qué había que hacer, sólo que unos mejor que otros.

La bola da en el tablero, va a entrar. El trabajo está medio hecho, la rabia va a hacer el resto.

El defensa herido, sangrando el orgullo que lleva penetrando todo el partido nuestro niño, le empuja mientras que está en el aire.

Es falta.

Están iguales, sólo queda tiempo para un tiro libre.

El entrenador contrario pide tiempo para poner al tirador nervioso.

La jugada ahora ya si está completa.

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