Os voy a contar un cuento
- “¿Ahora qué hacemos?, si él no puede tirar ¿cómo vamos a ganar?”.
- “¿Quién va a tirar?”.
- “Estamos perdidos”.
Viajamos al otro banquillo, el de sus rivales.
- “Sólo queda tiempo para que tiren, no vamos ni a por el rebote. Si entra, ganan, así que vamos a empezar a preparar la prórroga”.
- “No va a entrar, no lo tira él”.
- “Si llegamos a la prórroga, el partido es nuestro”.
Todos escuchan, todos menos uno. Todos están atentos a lo que su entrenador dice. Todos menos uno, que se suelta las botas, se quita la camiseta y se levanta del banquillo.
No hay honor en una victoria así, no para él, no sin él. Se va al otro banquillo.
Este narrador se adelanta a sus pasos. En el otro banquillo cunde el pánico, nadie cree, así no van a poder meter el tiro libre que les va a llevar a ganar el partido.
- “Callaros coño” (perdón por el improperio). “¿Por qué no vamos a ganar?, sólo tenéis que meter un tiro libre, algo que hacemos todos los días”.
- “Pero lo tenías que tirar tú, que eres quien lo mete, llevas más de 40 puntos hoy, estas de dulce. Nosotros no podemos”.
- “¿Cuántos puntos llevamos?, 70. Pues sin vosotros iríamos perdiendo casi de 30, yo no he metido más de cuarenta, todo el equipo lleva más de 70”.
- “Si tú no me das el pase dentro, yo no hago el movimiento. Si tú no defiendes fuerte y haces el tapón o coges el rebote, yo no puedo hacer el contra-ataque. Si tú no me bloqueas, yo no puedo tirar libre. Si todos no hacemos el sistema, no hay canasta”.
- “Si no jugamos en equipo, esto no sirve de nada. ¿Y ahora el equipo no va a ser capaz de meter un tiro libre?”.
- “Y si se falla, no pasa nada, tenéis 5 minutos más para demostrarles que este equipo puede ganar a cualquiera”.
- “Yo confío en vosotros. Vamos a hacerlo bonito”.
El equipo, no sabe cómo, pero salta al campo motivado. Con ganas, con fé. Van a meter ese tiro libre.
Mientras todos se colocan en su posición, llega un “intruso” al banquillo, se sienta a su lado, no es capaz de decirle nada, le ofrece la mano, chocan. No hay nada más que decir, sólo esperar a si entra o no ese tiro libre.
Se acaba el partido.
Los rivales proceden al protocolario saludo final. Ya no hay guerra de por medio.
Nuestro niño pide perdón por no levantarse, mientras uno a uno se pasa a animarle.
El causante se queda al final.
- “De verdad, lo siento”.
- “No te preocupes, gajes del oficio. Nos vemos en el siguiente partido”.
- "Me parece justo".
Nuestro niño se marcha apoyado en sus compañeros, su tobillo prefiere no tocar suelo. Aún no se sabe si será sólo un susto o una pesadilla. ¿El resultado del partido?, tampoco importa, la confianza ha ganado.
Aunque él no sepa cuando va a volver a pisar firme, ha conseguido que su equipo esté fuerte para poder brindarle otra oportunidad. Los plazos son largos y sólo volverá si su equipo gana mucho y bien.
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