Os voy a contar un cuento
Lleva nuestro niño mucho tiempo paseando por el parque en el
cual, por si no lo recordamos, existe todo aquello que necesita un niño para
divertirse y entre ellos, como no podía ser de otra manera y como creo recordar
que ya se ha escrito (incluso duplicado el título), un columpio.
Ese elemento que, con unas barras, unas cadenas y unas
tablas, apoyado en un pequeño empujón ajeno o tras un impulso propio, te hace
volar.
Realmente, nuestro niño lo ve bien; siempre querrá verlo
mejor. Aún es joven y muy pequeño. Sigue creyendo que todo puede mejorar, es
más, que él sin duda lo conseguiría mejorar. Aunque se ve que está bien
anclado, las cuerdas apenas tienen hebras y las tablas no tienen ninguna
astilla.
Aparentemente; todo el mundo lo ve bien.
Nuestro niño va a jugar; cómo no va a jugar si es un niño.
Ya se le olvidará, pero que disfrute por el momento. Pide su turno, espera
pacientemente; entiende que hay unas normas, unos compromisos y que él no se
los va a saltar. Quizás debería, pero si así lo hiciera, sería como el resto de
los niños. Y, aunque eso seguro que le reportaría momentos muy felices, no
serían atendiendo a la verdad. Y si no es cierto, no vale. Cosas de niños.
Se sube, unas veces saca sus fuerzas para impulsarse cuando
sus malditos horarios no le permiten más compañía, y otras es esa compañía
quien lo alienta. Pero eso es otro cuento.
Disfruta, le gusta, tiene ganas de otro turno y otro turno
más. Cree, como niño inconsciente que es, que podría pasarse la vida entera
así. Está disfrutando ese instante y no le importa nada más; no sabe nada del
que dirán.
Se acaba el día, pero seguro que al siguiente día volverá a
bajar al parque y volverá a disfrutar. Y eso, pese a que en el fondo sabe que
no es real, le vale. Sigue siendo un niño. Ya tendrá tiempo para preocuparse
cuando el columpio no esté.
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