Os voy a contar un cuento
Ese sonido, ese girar se le ha clavado en la cabeza. No lo
entiende por más que lo intenta. Quizá es culpa suya que no conoce más que lo
poco que ve y lo menos que escucha pero, en su cabeza lo ve de otra forma,
podría ser más divertido. Realmente le da igual no ser el culpable de la
diversión, pero sigue sin entender por qué el carrusel sigue girando. Con todo
el parque que hay, tanto mundo desperdiciado, tanta vida por vivir.
Lo que debería hacer es tener las fuerzas suficientes para
hacer lo mismo que hicieron con su columpio esos monstruos en el pasado. El
resquebrajar de hierros ahora mismo sería la mejor de las melodías que podría
escuchar, lo desea tanto que hasta se siente culpable del mal ajeno, pero las
situaciones incomprensiblemente injustas son lo que tienen. Porque él tuvo que
sufrir con su columpio, que era de todos, que no era justo, que no hacía daño
pero que dolía tanto. Está compuesto, sin columpio pero con carrusel.
No lo entiende, no lo puede entender. Y qué más puede hacer.
Es muy difícil de entender que, habiendo comprobado cómo lo había hecho que
había otras formas de diversión y que parece que le habían gustado más, ahora
el carrusel seguía girando.
Y si fue todo mentira, y si fue sólo un momento puntual en
el que había sido muy útil, como los trapos cuando la mesa está muy sucia y su
madre la limpia, la deja reluciente, la mesa por supuesto, mientras que el
trapo con toda la suciedad se va directo a la basura, sin más opciones de uso,
lo que había que limpiar ya lo está. Qué más da quién lo haya hecho, todo queda
igual que antes sin tener en cuenta nada más.
Hoy ya es tarde, muy tarde, de otro día que no entiende, sin
un mínimo de interés. Ni eso merece.
Corre lo más rápido que sabe, con buena carrerilla, a ver si
de un empujón es capaz de romper el carrusel, esa es la única solución que le
queda.
Se lleva en la piel una bonita cicatriz de recuerdo, pero
esa herida está curada.
¿Cómo se cierran las demás?
¿Quién podrá?
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