Vivimos instaurados en la cultura del ¿quién lo dice?, y no
el ¿qué dice?; si no es de los míos no me vale; si la verdad me perjudica, diré
que es mentira y quien lo dice es un
mentiroso; de escurrir el bulto; de eso no puede hacerlo otro; de centremos
nuestros esfuerzos en los errores del resto; si es mejor que yo, le critico por
algo, en vez de intentar igualarlo; del sólo vale si te la has follado; del aislemos
y riámonos del que no nos sigue el juego; del me aburro en el trabajo; del
hablo mucho pero digo poco; del mi opinión no cuenta si contradice a otros; de
la risa colectiva; del está mal, está mal, está mal, ¿y tú solución?, está mal,
está mal, está mal; del me quejo si se quejan junto a mi otros; del todo vale
si es por mi beneficio; de las personas que dicen ser humanos; de las máquinas
con sentimientos; del opio; del único error como
fracaso frente al cúmulo del resto; de los nombres equivocados; de los
descuidos olvidados; del no me he dado cuenta; del cariño regalado; del ¿cómo
que no tienes tiempo?; del no hacer nada para tener todo; de las que no creen
en los caballeros; de las promesas por cumplir; de las noches largas y las
mañanas escasas; del ¿de qué se habla?, que me opongo; del si tienes voz, que
sea como la mía, sino me da igual tu voto.
Una sociedad tan crítica que ha perdido la noción de que
está formada por todos y cada uno de nosotros, y ha ampliado el rango a un todo
y quizá está apuntando muy alto.
Una pelea, que ni se gana ni se pierde; porque realmente no
estamos enfrentados, sólo tenemos opiniones diferentes.
Y el resto, es perder el tiempo.
He dicho
(voy cogiendo el paraguas )
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