Os voy a contar
un cuento
Quizá muchos
otros niños hubieran intentado excusarse, que ese balón no es suyo, que él no
le ha dado. A lo mejor defenderse sería buena opción, pero le duele demasiado
como para ponerse a luchar.
Que vengan las
consecuencias que le tengan que venir.
Él ha sido el
último en golpear la pelota antes de que diera en el cristal. El hecho en sí de
que él diga algo no va a evitar que sigan tirando pelotazos, es más, de haberlo
dicho, habrían aumentado. Así es como funciona el mundo.
El mal vence, se
multiplica y se lleva los premios y medallas, mientras que algunos son
castigados, se quedan con los dolores y sin el bocata.
Por mucho que se
haga, por mucho que se diga, una sola acción, una sola palabra errónea
servirá para que todo lo bueno se olvide. Así es la vida de los justos, sin
posibilidad de error.
Mientras que a
quien sólo comete errores, y no de esos errores que en su definición aparecen
como casuales, fruto de la ignorancia, no le pasa nada, no sabe qué es lo
contrario, buen disimulo, buen partido.
Pero no, no va a
decir nada. Culpa suya sí, pero ya le ha dejado de importar.
Él iba
tranquilamente andando por el patio del colegio, sin ninguna ilusión ni
motivación en especial, abriendo su bocata, sin saber de qué es… un grito, un
aviso y el resto ya son culpas ajenas. Excusas de muchos sobre uno. Y el
problema es que verdad sólo hay una y tiene que combatir contra infinitas
mentiras.
Mentiras
variadas, con diferentes punto de vista, mejor vestidas, más interesantes. La
verdad es única y no puede adornarse.
Ya irá
aprendiendo a asumir esto, a seguir peleando para nada y, con el tiempo, le
dejará de importar.
Aún es demasiado
joven, se le olvidarán los días de castigo.
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