jueves, 1 de marzo de 2012

La pelota en el tejado


Os voy a contar un cuento.

Vamos hacia el parque, ese lugar donde nuestro niño disfruta y aprende, en ocasiones para bien y en otras aún no lo sabe, pero será para mejor, aunque el no lo considere así.

En el parque hay una caseta grande, por los menos a los ojos de los niños, que aún son pequeños. Estas casetas tiene una gran fuerza de atracción para las pelotas con las que juegan los niños en el parque, y por supuesto, tienen prohibido subir.

Los niños están jugando su partido de fútbol, ese que no es más que un partido pero que les lleva la vida en ello. Unos corretean de un lado a otro, otros de vez en cuando le dan la patada al balón, los porteros la cogen con la mano, y hay goles.

En una de esas patadas, no se sabe si de un niño que estaba jugando, de alguien al que le estaban molestando, o uno de esos niños mayores que se cree con el poder absoluto de todo y decide joder el partido del resto; decíamos que en una de esas patadas, la pelota se va encima del tejado de la caseta.

En esta ocasión, como casi siempre, el niño estaba a sus cosas, satisfecho de que el resto se estén divirtiendo aunque el no esté participando, pero se da cuenta de la situación.

No hay gritos de felicidad, el niño de la pelota comienza a llorar al dar por perdido su bien más preciado, otros increpan al causante de que la pelota esté donde está en vez de en la pista, y sobre todo, las risas, ese hilo musical que tanto gusta, ha cesado, suenan los pájaros. El sonido de esos pájaros es gratificante, pero nunca si es lo único que se escucha en un parque lleno de niños.

Nuestro niño, sin pensarlo dos veces, va hacia la caseta. No hace mucho descubrió que por el otro lado, si entras en el parque de los perros, puedes subir sin más peligro que unos cuantos ladridos. Esos ladridos suelen dar mucho miedo, pero cuando hay un objetivo claro, el miedo es sólo otra arma para superarlo y conseguirlo.

Decidido, sube a la caseta por el lugar seguro, coge la pelota, la echa al parque, que siga el partido.

Es en este momento cuando los ojos vigilantes se dan cuenta de la acción del niño, y esto supone, sin duda, castigo. Da igual que los motivos y las intenciones sean buenas, que las maneras sean seguras, encima de la caseta, prohibido, encima de la caseta castigo.

El partido sigue, el niño que llora, sonríe por recuperar su tesoro; los gritos torna a “Pasa”, “Aquí”, “Solo”, “centra”, “Portero” y finalmente un “GOL” rotundo y lleno de alegría·

Los pájaros ya no se escuchan en el parque, vuelven a reinar las sonrisas, mientras tanto, nuestro niño deja el parque, entra en casa, tiene que cumplir su castigo.
Nadie se lo ha pedido, nadie se lo ha mandado, ha visto una pelota sola y caras tristes. El resto juegan, es lo mira desde la ventana.

Está satisfecho.


“El protagonista es el niño de siempre, por una cuestión de costumbre. Pero sin duda, hoy este cuento debería estar protagonizado por una niña, una de esas niñas que sin que se lo pidas te solucionan la vida, que sin que digas nada consiguen juegos para sacarte la sonrisa y te llevan a lugares en los que eres feliz. Una niña que lucha con pasión, aunque los mayores se quieran oponer, que siguen queriendo aunque ya nos las quieran, y que por encima de todo, está atenta para cualquier problema, una niña con alma de payasa muy aflamencada”

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