lunes, 26 de marzo de 2012

Costumbres, que sin jugar, ni pierden ni ganan


Os voy a contar un cuento

Suena el despertador.

Temprano, muy pero que muy pronto. Pero hoy a nuestro niño no le importa, tiene fuerzas para levantarse. Rápido hacia la ducha para desprenderse de los restos de sueño que le puedan quedar, se mira en el espejo y ve una ligera sonrisa.

Ya son muchos los días en los que ese despertador significaba esfuerzo, sacrificio, lágrimas, impotencia y un camino que no se veía terminar, rehabilitación y gimnasio. Pero eso es otro cuento.

Toca ponerse una ropa que estaba cogiendo mucho polvo en el armario y un sano ritual que otros muchos pueden llamar manía o tontería. No recuerda cuando empezó a hacerlo, pero no se le olvida ningún paso, con todo detalle:

"Camiseta interior blanca, impoluta, perfectamente metida dentro del pantalón corto, ese que llega un poco más abajo de las rodillas. Ahora vienen los calcetines, primero el izquierdo, subir fuerte, que quede bien estirado, el primer doblez al tobillo, la goma lo sujeta perfectamente, las líneas de colores quedan dadas la vuelta; lo mismo con el derecho. Viene la camiseta buena, con la que se juega, para cubrirla con otra, preferentemente negra.
El chándal se pone encima, pantalón de corchetes, sudadera ancha. Las zapatillas se meten, pero aún no se abrochan." 
Da igual el frío o el calor, no hay ni más ni menos ropa.

Ahora viene un viaje. Por medio puede estar el coche, el autobús o simplemente el parque, pero tampoco es el cuento, siempre con alguna canción motivante.

Llegar antes, tomar asiento, apretar fuerte los cordones. Un par de saltos y a reconocer el ambiente.

Antes de empezar la carrera, hay unos pantalones que sobran, se van los corchetes. Llega el momento de afinar la puntería, a lo mejor la chaqueta ya no es necesaria.

Pitido. Queda sólo un minuto, se dejan ver los colores. Cuando todo va a empezar, sobra la camiseta interior, su piel tiene que sentir lo que defiende.

Ese ha sido siempre su ritual, lo ha hecho con cuidado, con esmero, lo mejor que ha sabido, como recordaba que se hacía. Pero esta vez hay un pequeño fallo. Tras estar vestido con sus colores, con sus zapatillas bien apretadas dispuestas para la batalla o para la guerra, una frase:

-       “No, de momento no, espera”.

Chaqueta encima, piernas calientes, corazón frío. Así ve el partido.

Se acaba. Por una vez no ha dicho nada. Los partidos eran su vida y en el banquillo era el que más animaba.

Ni una sola palabra.

Después le podrán preguntar si ganaron el partido o no. Realmente no lo va a recordar. Siempre se alegró por su equipo, pero hoy el egoísmo le ha ganado la partida. Le daba igual ganar o perder, sólo quería jugar.

Ha hecho todo bien, como él recordaba. Entra en la convocatoria pero el partido no requiere sus servicios, él no entra en la cancha.

Las canastas se suceden y él no se lleva ningún golpe, a lo mejor su cuerpo no está magullado pero si se siente muy herido. Éste si era su partido.

No necesitaba ni ganar ni perder, sólo jugar.

Se pone el chándal, desata las zapatillas, hay gritos de alegría. Se da la vuelta, vuelve a casa.

Con el tiempo, la derrota le amargará la boca, la victoria endulzará sus labios, pero no hará caso ni a una ni a otra. Hoy ha aprendido que esas dos diosas no sirven de nada, él sólo quería tener la oportunidad de jugar, esa es su victoria más ansiada.

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