lunes, 12 de marzo de 2012

Bien hecho, bien parece



 Vamos a intentar escribirlo bien.

Os voy a contar un cuento.

Echando la memoria un poco atrás, alguna historia que ha vivido nuestro niño hablaba de los circuitos o pistas para jugar a las chapas. Seguro que fue allá por el mes de julio, cuando las bicis se convierten en importantes por tantos recuerdos que vienen a la cabeza.

Mejor no desviarse del cuento. En ellos se decía que, por una razón o por otra, aunque a veces se quisiera evitar, las pistas eran buenas, o muy buenas, aunque no gustaran a todos, porque en estas cosas ya se sabe, si algo no te beneficia, quizás mejor pensar que es malo.

Al cuento pues.

Está nuestro niño terminando de moldear uno de esos circuitos, con mucho cuidado, con cariño, casi como un acto de amor, sus manos y la arena.

Suave, muy suave por aquí, un poquito más por aquí, ahora vamos por ese otro lado… Bien, así ya está bien.

Sus manos en perfecta armonía con su mente. Conexión directa.

-       “Hola”.

Gira su cabeza, la luz le ciega y no puede distinguir bien la figura, pero no le resulta extraña, aunque sea nueva, no se siente incómodo, podría decir hasta lo contrario.

-       “Hola”.
-       “Llevo un tiempo viendo tus circuitos. Están muy bien, me gustan mucho”.

¿Qué puede contestar a eso un niño? Si con su cara enrojeciéndose lo dice todo. Un tímido gracias sale de su boca, que casi ni se escucha.

-       “¿Te puedo decir una cosa? No quiero que te enfades, pero me apetece”.
-       “Adelante, sin problema”.

Su cara ya recupera su tono habitual, está cómodo. No ha pensado la respuesta, pero esas son las mejores respuestas, las que salen, las que no hay que pensar.

-       “Pues como te decía, me gustan mucho tus circuitos, pero no visten muy bien. Las curvas, las montañas, está todo muy bien puesto, pero hay detalles que hacen daño a los ojos”.
-       “Ya… pero es que no es lo mío decorarlo bien, eso no sé hacerlo”.
-       “¿Me dejas que te ayude?”.
-       “Claro, ¿por qué no?”.

La sombra deja aparecer una niña que lleva sus manos hacia la arena. Toma un poco, saca del bolsillo unas tizas de colores, y comienza a mezclarlas con la arena.

Poco a poco, el circuito va tomando color, le va dando vida.


Llegan los participantes, y todos quedan sorprendidos. Reconocen la dificultad, el detalle de las curvas, las montañas, pero este circuito tiene algo especial: además de bueno, es bonito, no hace daño a los ojos.

Sin duda, nuestro niño con sus manos no habría llegado. Tratará de aprender por el placer de aprender más y, con el tiempo, su enseñanza será que donde la mano de un hombre (o un niño) no llega, aparecerá la bondad de una mujer (o una niña) que, con buen corazón sin duda, mejorará todo lo que él sea capaz de hacer.

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