domingo, 31 de julio de 2011

Carrera del barrio

El despertador suena temprano, no son horas para este día, la noche fue relativamente larga y el amanecer ha llegado antes de lo esperado, antes de lo saludable.

Pero hoy es un día para el esfuerzo, nuestro niño lo sabe, todos los años en esta fecha se celebra la carrera popular en su barrio. Ya tiene años suficientes para comprender lo que es la competición. Para saber distinguir entre lo que si se puede ganar, y todo lo que se puede perder.

Antes, se lo tomaba como una lucha contra todos los que tenia alrededor, ahora ya es consciente de quien es su rival, donde esta su máximo, y que puede o no puede conseguir. 

Llegado a este punto, dan la salida y empieza a correr, su rival ni le adelanta, ni se retrasa, esta siempre a su lado, observando, sintiendo lo mismo que el, teniendo sed a la vez, notando ese viejo dolor que le hace ir cada vez mas lento, que le hace incluso plantearse en parar. Ese rival, es el mismo. Al único que siempre ha querido vencer, el único que esta en sus mismas condiciones.
Ya no queda nada, el pensamiento de abandonar abandona su cabeza, llega a la meta. ¿Su puesto?, ni lo sabe ni le importa, ha terminado, ese era su objetivo, quien no se conforma con el mejor resultado que puede conseguir, es un pobre iluso, un engañado de la vida.

Coge sus trastos y se marcha a casa. Según entra, tiene ansias de sofá, realmente tiene sueño, pero el cansancio no le va a dejar dormir. De repente, una llamada, de esas que te piden ayuda, y que no puedes rechazar. Falta gente para el partido de dentro de una hora, y hay que ir a echar unas canastas. El cuerpo le pesa mucho, no es un gran esfuerzo, tiene la suficiente clase como para hacer lo que debe sin cansarse en demasía (si es que no lo esta ya). Aunque el cuerpo no le responda, la cabeza aun le funciona para leer las jugadas y hacer lo que debe. El partido acaba, el esta satisfecho con lo que ha hecho, ha servido de ayuda. ¿El resultado?, ni lo sabe ni le importa.

Por fin va de camino a casa, el cuerpo le pide irremediablemente descanso, las piernas empiezan a estar demasiado duras, muy pesadas, un paso mas del necesario para llegar a casa, no seria capaz de darlo.

De repente, en su parque, gritos y más gritos. Una abuela desconsolada que corre a la velocidad que le permiten sus antiguas piernas, mientras esa silueta, que parece ser la de su nieto, se encamina directamente hacia ese paso, ese paso que a nuestro niño le parece tan familiar, esa calle, ese cruce. Hora punta.

Sigue sin poder con sus piernas, pero en estos casos, el cuerpo da igual, la cabeza da la orden, el corazón empieza a bombear sangre, las piernas corren, coge al pequeño por el brazo antes de que comience a cruzar la calle.

¿Dónde vas?

Mi pelota, mi pelota (es lo único que atiende a decir).

Llega la abuela desconsolada.

Quédate aquí con tu abuela, que yo te la traigo.

Nuestro niño comienza a cruzar la calle, en busca de la pelota…. Malos recuerdos y…..



Abre los ojos, por fin tumbado, no es la mejor manera, no es el mejor sitio, pero es un sitio de descanso, se pone a mirar al techo, apoya la cabeza en el cojín mullido y coge el mando, enciende la televisión, y piensa, a pesar de todo, de lo mal que se encuentra, esta satisfecho. Ha terminado al carrera, ha estado en la cancha, ha consolado la abuela, y la pelota descansa en manos de su dueño, y el ahora descansa, descansa en el sofá de su casa.

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