domingo, 31 de julio de 2011

Palabra olvidada

Un par de giros hacia la izquierda, clack, clack; un nuevo pomo que se interpone, bajar unos peldaños y cruzar la última puerta. Ahí está el parque, nuestro niño no recordaba que se tardara tanto en llegar, que fuera tan dificil. Pero bueno, quizas sea la falta de costumbre o quezas sea todo el tiempo que ha pasado. Estar fuera tiene sus consecuencias y el descanso y la despreocupación, a los ojos del mundo, puede ser uno de los motivos de esa extrañeza. 
Pero es un niño, y como tal, no piensa mucho, está en el parque, y se ha montado un partido. Bendita capacidad.

Hay partido, en esas estamos, y además de fútbol. Su parque no es de los modernos con pistas y porterias, es mas clasico: columpios, tobogan, arena y una canasta al fondo que siempre mira de reojo.

Y por tanto, para jugar hacen falta unas porterias, algo que sirva para delimitar esa delgada línea que separa la explosión de felicidad (a un lado) de la más profunda decepción (al otro) y cuyo orden está establecido dependiendo de si eres el portero o el delantero. Curiosa lucha, cosas del fútbol.

Corre rápido, entra a jugar, le toca de portero. Según se acerca a esa portería reconoce los palos, son un par de sudaderas, nada de dolor y el larguero imaginario, con una regla básica en el parque. Es alta y saque de puerta.

En ese momento se pone a recordar, y recuerda una charla en otros tiempos, hace unos tiempos, sobre que poner para hacer los palos, recuerda perfectamente a todos y cada uno de los que estaban delante. Y como la conclusión había pasado a formar parte de las leyes del parque. Los palos son las sudaderas, si ponemos mochilas, lo que hay dentro de puede romper de un balonazo, todos atentos, nadie se olvida, es correcto.

Se mete en el partido, juego divertido, la lucha y la afrenta por un balón. Un tiro complicado, abajo, de los que duelen, pegadito al palo. Cuerpo al suelo, deslizar por la arena, sabe que tendra una quemadura como consecuencia, pero es un niño se recupera rápido, el balon no puede cruzar esa línea.

Observa, va a llegar, agarra el balón; golpe seco. Algo suena a roto.

Nuestro niño se levanta, comprueba rapido, gotas rojas en la mano, ceja rota, mal golpeo.

Niños corriendo y un grito.

"Mi mochila, has roto mi mochila, me has roto la consola que estaba dentro".

Eso, es, en el transcuros del partido una mochila ha pasado a ser el palo.

Un culpable, que sólo tenía como intención parar un balón.

La ceja duele, la ley está infringida. A nuestro niño, si lo hubieran hecho a posta, no le hubiera importado, malos hay en todo el mundo, y le quedara por cruzarse con alguno.

El problema está en haberlo olvidado, no hace tiempo era una regla sagrada y ahora ya da igual, está olvidado.

Un culpable, una consola rota, sangre, la ceja. Eso no duele, se cura con tiempo y dinero. Un olvido, en este caso, no se lo lleva el viento.

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